Historia de la Congregación

¿QUEREIS SABER ALGO MÁS DE

NUESTRO CARISMA?

Madre Francisca vivió en una época con muchas necesidades. El mundo de hoy es también un mundo necesitado.

Madre Francisca responde con un estilo propio, una visión propia de las cosas. Descubre la misericordia de Dios y apoyada en esa misericordia realiza su obra.

Madre Francisca ama a Dios y ama al prójimo. No quiere su propia comodidad, no busca sus propios intereses. No se acobarda ante las dificultades, ni ante su limitación, como mujer, y una mujer sin estudios. Su preocupación mayor son los demás, sus necesidades y cómo resolverlas. Y su apoyo principal es Dios misericordioso.

Madre Francisca vive el presente de forma sencilla y creativa. Mira su mundo con amabilidad y alegría. Funda una Congregación, una comunidad, como medio para hacer el bien.

Podemos resumir la vida de Madre Francisca en este esquema:

Parte de la realidad, a la que mira con amabilidad y alegría, con esperanza.

 Se apoya en Dios, misericordioso y cercano a los hombres y mujeres del mundo, especialmente a los pobres, a quienes trae la Buena Nueva de liberación y amor.

Lo hace todo en comunidad, en apoyo y amor mutuo, en corresponsabilidad, en hermandad, tal y como Jesús quiere.

Esa Congregación somos nosotras: las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada… y sois vosotros y vosotras… si es que queréis compartir con nosotras nuestro “carisma”, es decir nuestra misión, nuestra forma de vida, nuestra razón de ser en la Iglesia.

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A lo largo del tiempo hemos ido descubriendo que la Congregación no es sólo para que disfrutemos nosotras solas. La Congregación es una comunidad que ha de ser formada por nosotras y por todos los que queráis participar en la misión de hacer el bien, apoyados en la misericordia de Dios y amando a los más pobres con predilección. Porque creemos que todo cristiano hace iglesia cuando se une a otros cristianos, cuando se comprometen juntos a una tarea: El Reino.

Si queréis, hablamos un poco de lo que es la Congregación y de lo que hoy, juntos, podemos hacer por los demás y… por nosotros mismos.

1. La misión más importante

            Para Madre Francisca y para nosotras, evangelizar es el sentido de nuestra vida. Evangelizar es creer y anunciar la Buena Nueva de Jesús, “que ha venido a darnos la vida y a liberar a los oprimidos, dar vista a los ciegos, hacer oír a los sordos, curar a los enfermos y traer la Buena Nueva a los pobres” (Lucas 4, 18-19). Hoy, la evangelización ha de hacerse de diferente forma a como la hizo Madre Francisca. Ser fiel a Dios quiere decir adaptarse creativamente a las necesidades y sensibilidad de los tiempos y, sobre todo, amar y creer en el hombre y la mujer de hoy, meterse en su cultura, costumbres…

2. La Congregación tiene un carisma.

La Congregación ha recibido un don, un carisma: La Fraternidad. La fraternidad tiene una misión: hacer posible la felicidad del Reino de Dios. Y hacerlo posible, ahora y aquí. Es una misión que hacemos a través de algunas tareas:

  • La educación, tanto común, como especial, en el área de audición y lenguaje y de la ceguera.
  • La atención a enfermos de lepra.
  • El cuidado de ancianas y ancianos sin recursos ni protección familiar.
  • La promoción de la mujer.

No trabajamos solas, sino con un grupo numeroso de laicas y laicos, profesionales y voluntarios,  con quienes compartimos inquietudes, proyectos, dificultades, alegrías y amistad… Toda institución tiene un estilo que la hace diferente a otras y le da su originalidad. Se trata de un talante de vida. Este estilo para nuestra fraternidad: La misericordia. En pocas palabras: La Congregación de Hermanas Franciscanas de la Inmaculada (HFI) es una fraternidad que tiene como trabajo prioritario hacer el bien y buscar la paz, que mira y construye la realidad con misericordia y que comparte su vida con todas las personas que buscan hacer el bien y defender la vida de los más pobres como hizo Jesús de Nazaret.

3. Un trabajo… Un método… Una forma de estar…

Tres Rasgos: Paz y Bien, Misericordia, Fraternidad. ¿Qué quiere decir todo esto?

También en pocas palabras vamos a presentar estos tres rasgos: Paz y Bien, Misericordia, Fraternidad.

PAZ Y BIEN

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia y trabajan por la paz… porque ellos serán saciados y serán llamados hijos de Dios” (Lucas 6; mateo 5)

Para la tarea de paz y bien tenemos en Dios mismo la exigencia y la certeza “Y vio Dios que todo era bueno… y puso a disposición del hombre todo lo que había creado… con una sola prohibición: derramar la sangre del prójimo” (cfr Génesis 1-9).

Nuestra vida tiene un sentido significativo: sacar a la luz la bondad de lo creado, la bondad de la persona humana.

Jesús muestra el trabajo por la justicia y la paz como una condición sin la cual no se puede entrar en el Reino.

Francisco de Asís fue el gran pregonero de la paz.

Madre Francisca insiste en la necesidad de paz interior y de trabajar por la paz social.

Hoy nosotras entendemos también que el trabajo por la paz es esencial para vivir cristianamente y como personas humanas.

El trabajo por la paz y el bien es un trabajo que hemos de hacer por y con los más pobres, porque son ellos quienes más sufren la falta de paz y bien.

Y es un trabajo en el que se ha de priorizar la justicia, la libertad y la solidaridad.

La justicia

            Como defensa de la vida, allí donde está amenazada principalmente. De forma creativa y positiva, no violenta y como enfrentamiento. Con diálogo y razonamiento, compartiendo lo que de bueno hay en cada propuesta. Teniendo como predilección la promoción humana de los más pobres.

La libertad

            De todas las personas y los pueblos. Su derecho a ser diferentes y dueños de su destino, “ayudándoles a que sean artífices de su propia liberación”. Su responsabilidad a buscar con los que no son iguales la vida digna y libre que Dios quiere, la felicidad propia y ajena.

La solidaridad

            Con quienes sufren más necesidades y carencias, porque “nadie puede crecer como persona humana mientras haya alguien que no pueda hacerlo por sí mismo…

MISERICORDIA

“Bienaventurados los misericordiosos, los que prestan ayuda, los limpios de corazón… porque ellos recibirán misericordia y la ayuda de Dios y verán a Dios”. (Lucas 6, mateo 5)

            La misericordia es la nota característica de Dios. Y es la forma humana de ser hombre y mujer. El mundo, sin embargo, tiene espacios grandes de inmisericordia:

            - En tiempos de Francisco de Asís: los leprosos, los mendigos, los esclavos, los prisioneros por las luchas entre señores feudales y entre la iglesia y el estado…

            - En tiempos de madre Francisca: los obreros y sus condiciones inhumanas de vida, la mujer explotada y marginada, los ciegos, sordos, huérfanos, ancianos, leprosos… que no contaban en la sociedad, ni en los planes de promoción humana.

            - Hoy, en nuestro tiempo: los que no interesan a nadie, los excluidos, los “terminales” en todos los sentidos, los pueblos en extinción, los extranjeros sin patria, tierra, hogar, los que ni siquiera tienen fuerzas para mendigar…

            Nosotras, igual que Francisco de Asís y Madre Francisca, hemos sido seducidas por la ternura de Dios, que escucha el clamor de su pueblo, se le conmueven las entrañas y envía a su Hijo para acompañarnos y darnos la alegría de la Buena Nueva del Reino.

            El encuentro con la inmisericordia, con el sufrimiento es como el encuentro del samaritano con el herido. Lo importante no es VER a quién sufre, sino CONMOVERSE, bajarse del caballo, subirlo a la propia cabalgadura y atenderlo sin más.

            El conmoverse es un proceso de amor constante y progresivo que tiene, para nosotras, tres apoyos: la gratuidad, la alegría y la sencillez.

La gratuidad

            Y generosidad en el amor y servicio a los demás, porque creemos que la vida se nos ha dado gratis y gratis debemos darla. Sin pasar factura, sin buscar preferir a los más útiles y a los más aventajados.

La alegría

            Como respuesta amable y creativa, paciente y cercana, ante el conflicto de la personal y colectiva. El saber encontrar nuestro lugar entre los más pobres, elegir nuestro trabajo entre los trabajos menos valorados por la mentalidad comercial, situar la plenitud en las relaciones humanizadoras y solidarias, de amistad y ayuda mutua, no en los éxitos y apariencias sociales.

La sencillez

            Y la sobriedad natural, que impide la ambición y el engaño, el estar a la defensiva, el poner unos contra otros, el buscar tener más para poder más… El saber respetar y amar el equilibrio natural de lo creado, saber encontrar la justa medida en la vida.

FRATERNIDAD

“Bienaventurados los que eligen ser pobres, los que se saben hermanos de todos y de todo, los que sirven a los demás humildemente y no se muestran ante el prójimo con arrogancia… porque ellos tienen a Dios por rey” (Lucas 6; mateo 5)

            El proyecto de Dios es un proyecto de fraternidad. Un proyecto de común unión de Dios con los hombres y mujeres y entre nosotros y nosotras mutuamente.

            El aporte más importante que nosotras podemos hacer a la iglesia y al mundo es el de nuestra vida fraterna, que no queremos sólo para la Congregación. Sabemos que la vida fraterna es imposible sin compartirla con los demás.

            Francisco de Asís pone la fraternidad como testimonio único de la fe de Dios. Un Dios, Padre de todos. Francisco vive en un tiempo en el que las relaciones fraternas no eran tenidas en cuenta. Lo importante en la sociedad de su tiempo era la fuerza para someter a los rivales, que eran otros pueblos, otras religiones, otras culturas y mentalidades… Las relaciones de sumisión y dominio, de siervos y señores y la defensa de “la verdad y la nación”, dictadas por quienes tenían la fuerza eran las que sostenían la sociedad e incluso la iglesia de su tiempo. Recordad que Cristo le dice a Francisco “que repare su iglesia”.

            Madre Francisca vive en un tiempo de gran sensibilidad comunitaria. La revolución industrial empieza a tomar fuerza en esa época, creando, además de progreso, fuertes problemas sociales.

            Uno de los principios más perjudiciales es el de “la mayor efectividad y el trabajo a destajo” que convierte a cada persona en un rival que hay que anular para sobrevivir. La lucha entre clases sociales es la que domina las relaciones sociales.

            Por otra parte, el pueblo tiene una mayor conciencia de sus derechos y refuerza el proceso histórico de las reivindicaciones laborales y sociales y del sentido de la organización fraterna.

            Ante esta situación, M. Francisca ve en la comunidad la alternativa de solución para las múltiples necesidades que encuentra a su paso, especialmente en lo que se refiere a paliar las carencias de los obreros y las jóvenes trabajadoras.

            Ve además que la mejor manera de vivir cristianamente es en comunidad.

            Hoy, nuestro mundo señala unos principios que rompen las relaciones fraternas. Algunos de estos principios son:

  • La eficacia por encima de las necesidades personales.
  • La negación de toda diferencia. Sólo los iguales son acogidos.
  • La competitividad, basada en la ley de “vales lo que tienes”.
  • La relación personal se basa en la productividad y la ganancia como objetivo principal. En toda relación hay un ganador y un perdedor.

Presenta también unos principios constructores de humanidad. Son los principios de la pluralidad, los derechos humanos, una mayor sensibilidad ante el sufrimiento ajeno, la búsqueda de lo más humano y natural, el respeto a toda forma de pensar y ser.

Ante esta realidad, la fraternidad evangélica nos recuerda sencillamente que:

  • La persona está por encima de la ley
  • Las personas más débiles, con más carencias, más insignificantes socialmente son las que reciben en primer lugar la buena nueva de Dios.
  • La salvación, la felicidad llega cuando se comparte lo que se tiene, aunque sea poco.
  • Las relaciones personales humanas son de servicio y amor mutuo.
  • La ambición, la acumulación, la ansiedad no tienen lugar en la relación humanizada.
  • Dios es uno de nosotros y su amor es el amor que nos tenemos que dar unos a otros.

Esta fraternidad evangélica nos lleva a cultivar entre nosotras y con vosotros:

La acogida

Amable y cariñosa, paciente y valoradora de cada persona, de cada realidad. Una acogida que lleve la esperanza a quienes no la tienen, que ayude a la superación de las propias limitaciones y al desarrollo de todas sus capacidades. Una acogida, además, que nos ayude a todos a acogernos mutuamente, en lo que cada uno es, en nuestras diferencias de cultura, de capacidades, de mentalidad, de fe… Una acogida que nos lleve a buscar juntos los proyectos que más nos pueden ayudar a ser felices. Una acogida basada en el diálogo y en la creatividad de proyectos de promoción.

La amistad

Que nos ayude a superar lo que nos separa y divide. Para ello hemos de hacer el esfuerzo de tener una mirada positiva y cultivar entre todos nosotros una relación de conocimiento mutuo, de ayuda, de respeto, de amor y ternura. La amistad nos recuerda que la persona humana alcanza su máxima felicidad cuando ama a los demás hasta dar la vida por ellos.

El agradecimiento

            Que nos lleva a reconocer humildemente que todo lo que somos es un regalo que Dios nos da y es un regalo que los demás nos dan. Nuestra vida depende de la relación de amor que unos a otros nos tenemos. La acogida y la amistad nos invitan a dar gracias constantes a Dios y a cada persona que nos da su amistad o que necesita de nuestra cercanía y compañía.

RESUMEN
Ver la realidad “Y oyó Dios el clamor de su pueblo, vio Jesús las multitudes hambrientas”.

Conmoverse las entrañas “Se le conmovieron las entrañas, bajó a su pueblo, se acercó al pueblo que sufría, a las multitudes que iban como ovejas sin pastor, a los enfermos, marginados, pecadores… y a nadie dejó fuera de su mirada de bondad”.

Compartir la vida, abrir las puertas… “Y formó un pueblo que todo lo tenía en común… bendijo los panes y los peces que el muchacho había compartido y lo repartió entre todos… Y nos dejó un solo mandamiento: “Amaos unos a otros como yo os he amado”

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Ver la realidad: “Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó… pasaron por allí un levita, un sacerdote… lo vieron y pasaron de largo, pero cerca de él un samaritano, lo vio y se compadeció…”

Compadecerse: “Se compadeció, se acercó, curó sus heridas, se las vendó. Lo puso sobre su mismo caballo, lo condujo a una posada…”

Implicar a otros, hacer fraternidad: “Sacó dos monedas, se las dio al posadero y le pidió que lo cuidara hasta su vuelta”.  (Lucas 10, 25-37)

Estamos en

Europa: Portugal, España e Italia

  • Educación de niños y jóvenes
  • Educación y promoción de niños y jóvenes sordos y apoyo a su integración social
  • Acompañamiento pastoral juvenil
  • Atención y asistencia a ancianos, muchos de ellos sordos, en situaciones de desprotección económica, social y familiar
  • Cuidado de enfermos de lepra y apoyo a su promoción e inserción social
  • Presencia y actividades de pastoral y promoción en zonas rurales
  • Cooperación internacional para el desarrollo a través de ECOSOL (ONG)

Asia: India

  • Promoción al desarrollo en núcleos marginales y desfavorecidos de la India.
  • Atención sanitaria y promoción de los enfermos de lepra.
  • Atención sanitaria general, ambulatorio.
  • Atención sanitaria específica y promoción de la mujer.
  • Educación y promoción de niños y jóvenes.
  • Formación de agentes de pastoral y desarrollo social.
  • Participación en tareas interconfesionales a favor del desarrollo.

América: Venezuela, Puerto Rico, Perú, Chile, Colombia  y Honduras.

  • Opciones de promoción y desarrollo en núcleos desfavorecidos y marginales.
  • Formación y promoción de la mujer.
  • Educación y promoción de niños y jóvenes, en especial sordos y ciegos.
  • Promoción social, salud e higiene.
  • Acompañamiento y actividad catequética en comunidades campesinas.
  • Formación de agentes de pastoral y desarrollo social.

África: Kenia, Uganda, Marruecos

  • Atención sanitaria general, dispensario.
  • Educación y promoción de niños y jóvenes.
  • Educación especial para niños sordos principalmente